lunes, 12 de octubre de 2020

CERVERA

 

CERVERA

El sol me cegaba. A lo lejos intuía una persona, pero hasta que no habló no le distinguí.

_Ya me ha dicho el Paco que tu hija este año se va a Inglaterra a estudiar.

Marcelo sujetó su bastón mientras esperaba respuesta de mi padre.

Siempre han sido muy chismosos en Cervera. Como en la mayoría de los pueblos de este país.

Antes de llegar a la plaza principal, ya se sabían tu matrícula de memoria, quien eras y a que venías. Sabían incluso más de lo que tú mismo sabías de ti.

Famosa por sus alpargatas, las abuelas se sentaban a las puertas de sus casas y pasaban horas y horas zurciendo aquel calzado.

Mi madre es una artista y las pintaba a la acuarela. Hay varios cuadros en casa de aquellas mujeres haciendo su labor.

Como buen pueblo de La Rioja baja, su industria se nutre del cableado, los pimientos, el vino y los zapatos.

A mí no me gustaba ir al pueblo todos los veranos con la familia. Mis amigos se quedaban en la capital y sentía que perdía el período estival en ese lugar, donde solo su piscina me llenaba de júbilo y diversión.  Era una señora piscina, con trampolines y todo.  Además, la terraza del bar que estaba en un piso superior daba a la pileta olímpica. Eran unas vistas impresionantes.

 Cervera está rodeada de piedra. De hecho, hay un peñón que invade el pueblo y desde esa terraza se ve como engulle las casas vecinas.

Otra cosa no, pero cuestas tiene un rato. Aún recuerdo subir exhausto a la hora de comer, que cuando llegabas a la casa no sabías si echar el higadillo o sentarte a la mesa.

Todos los veranos mi padre cargaba el coche, un monovolumen rojo pasión e iniciábamos el viaje.  Se tarda unas cuatro horas en llegar desde Madrid. Mi madre, siempre iba de copiloto y yo y mi hermana veíamos con ternura el gesto que le hacía a mi padre durante el trayecto. Tenía la costumbre de acariciarle la cogota mientras él conducía, tapándonos el paisaje con su brazo.

Y así, emprendíamos un año más nuestras vacaciones rurales.

Antes de acceder a Cervera, hay que transitar por unas sinuosas curvas que atraviesan el monte. Cuando yo era más pequeño me daba auténtico pánico pasar por aquellas carreteras. La verdad que hay unas vistas alucinantes y te sientes insignificante ante tanta amplitud y profundidad de montañas.

No había vuelto a venir desde los 16 años.  Ahora tenía 33 y alguna cana ya asomaba en mi cabeza.

_Ese tal Paco no sabe lo que dice, Marcelo. Mi hija no se va a ningún sitio. Ella trabaja en Pamplona ahora.

Mira, este es mi hijo. Un hombrecillo ya. Venía mucho de joven.

Saludé a ese anciano de boina negra con algo se timidez. Sentí como me analizaba con su mirada.

 

Lo bueno de pasar los veranos allí es que a las noches refrescaba. Al estar entre montañas rocosas, las noches eran agradables.

Aquel año decidí acompañar a mis padres.

 Lo acababa de dejar con Marian, mi novia durante cuatro largos años. Así que necesitaba un cambio, una distracción, una carga de energías.

Descargamos el equipaje, me instalé en la habitación y me fui al bar a tomar el vermú.

Mi hermana no vino esa vez. Y yo no recordaba a nadie del pueblo.

Bajé por las cuestas. Las calles necesitaban un buen asfaltado. Entre la inclinación y las baldosas mal puestas, había que estar atento de no tropezar.

Llegué a lo que llaman “la carretera “. Y es que así es, es una carretera que parte al pueblo en dos. En ella están los bares, los bancos y los pocos comercios que tiene Cervera.

Me avergonzaba entrar solo, pero pensé que no me conocía nadie y se me pasó.

Empujé la puerta del “Saxo" y me aproximé a la barra.

Una joven de pelo largo y negro y unos ojos grandes, me miró tras las botellas.

Me pedí una caña.  Enseguida se percató que yo no era de allí.

_ ¿A pasar unos días por esta vieja aldea? Su voz me enamoró. Era sonora y dulce y marcaba en ella un acompasado ritmo.

_Así es. Vengo de Madrid.

_Pues espero que disfrutes. Esta noche son las hogueras de San Juan. Aunque aquí está prohibido hacer fuego. Ya sabes, hay mucho monte alrededor, mucha hierba mala que puede arder. Pero lo celebramos bebiendo y bailando. Si te apetece, ven un rato. Viene mucha gente de otros pueblos.

Aquella noche me arreglé bastante. Me había parecido una mujer muy agradable a la vez que guapa. Tan solo por alegrarme la vista, iría en esa ocasión.

La carretera estaba llena de coches. Había mucha animación. Me encendí un pitillo y observé las casas. Eran edificios bajos, con sus balcones de piedra. En muchos de ellos aún colgaban pañuelos rojos propios de las fiestas.

Entré de nuevo a aquel bar. En vez de ella, me encontré a un hombre corpulento tras la barra. Me pedí un gintonic.

Muchos jóvenes bailaban en la pequeña pista habilitada entre barriles de cerveza.  Yo movía el pie al ritmo.  Nunca se me ha dado bien esas situaciones. Me sentía raro.

Una pareja se besaba al otro lado. Las tragaperras iluminaban el oscuro local.

Al tercer cubata empecé a marearme y decidí volver a casa. No me acordaba de las cuestas. De un lado a otro, subí como pude la primera. Intentando no ahogarme me apoyaba en las paredes de las casas.

Entonces, apareció.  En lo alto de la calle, vi como su melena ondulaba al son de sus pasos.

No recuerdo más. Debí desmayarme.

Hoy, nuestros hijos corretean por estas calles. Las rocosas casas que envuelven el barrio de arriba de Cervera, son testigos de mi resistencia a vivir allí.

De cosmopolita a vida rural. Así, sin pensarlo mucho.

Y es que, nadie que viene a este pueblo sabe lo que en él pasará.

Cervera no te deja indiferente.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario