domingo, 27 de enero de 2013

LA OTRA MEJILLA


LA OTRA MEJILLA



El despertador sonó fuertemente y le dolía ese sonido. Pero más doloroso era sentirse los moratones de su cuerpo, aunque pensándolo bien, quizá, lo más triste y penoso de todo aquello era pensar en el por qué. Había aguantado varios años así, y aún no sabía los motivos de aquellos golpes. Su vida se había ido truncando poco a poco.


Melisa no era una mujer débil, ni mucho menos. Su fuerza interior y las ganas por salir adelante la caracterizaban como una mujer extraordinaria.

Se crió en una ciudad ruidosa y agobiante, pero tuvo una infancia muy feliz. Hermana mayor de una familia humilde , por no decir, de escaso dinero, Melisa creció y se educó gracias sobre todo a su padre, que fue su psicólogo particular.

Las niñas dicen que sienten algo especial con sus respectivas madres, que se crea un vínculo madre-hija , hija-madre realmente especial. En el caso de Melisa fue al contrario. Tal era la pasión de su padre hacia ella, que más allá del amor, Melisa y su padre tejieron aquel vínculo poco a poco.

A medida que fue creciendo, sus consejos la formaron como persona, profesor de la vida, fue abandonado por su madre de pequeño, quizá eso, y lo duro de su vida, le llevó a querer con más ímpetu todavía a su hija. La enseñaba matemáticas, historia, todo aquello que él había aprendido solo con sus libros. Jamás la pegó, castigó ni chilló. La adoraba y la protegía a cada paso que ella daba en su vida.

Gracias a él pudo especializarse en lo que más le apasionaba: el arte. Su padre empeñó parte de sus pocos recursos en pagarle matrícula y material para sus estudios.

Melisa dibujaba desde pequeña, sabía trazar a carboncillo cualquier cosa que sus ojos miraban. En su colegio ganó varios concursos de artes plásticas, y desde entonces supo que se quería dedicar a ello.

En casa no había ya paredes para colgar tanto cuadro, y su padre le compró hasta un expositor adicional para que siguiera pintando. El color aún no lo dominaba, pero era joven todavía y estaba dispuesta a aprender.


Conoció a Manu el primer día de universidad, era un chico apuesto y fuerte, pero lo que le enamoró de él fue su sonrisa.

Comenzaron a salir aquel año, viajaban juntos en el tren para ir y volver de la universidad. Manu estudiaba informática en la facultad de al lado, así que, todos los días coincidían prácticamente.


Su relación fue muy deprisa , él tenía prisa por salir de casa, ya que era el tercer hermano de cuatro y todos vivían con los abuelos. Así que en el transcurso de un año ya vivían juntos. Eran felices, salían con los amigos, viajaban cuando podían y disfrutaban el uno del otro.


Pero no todo dura eternamente. A sus 45 años, el padre de Melisa sufrió un derrame cerebral. Ella tenía 20 años y comenzaba sus estudios universitarios . Viajaba en el tren cuando recibió la fatídica llamada. Al otro lado del teléfono, una voz irreconocible para ella , sumida en llanto, dijo su nombre. Su madre no podía articular palabra.

Los meses posteriores fueron un calvario para ella y su familia. El ruido del respirador que conectaba a su padre a la vida, le daba esperanzas cada día; Melisa maduró en 4 meses más que en 4 años. Pasaba largas jornadas junto a él, apoyando a su madre y hermano , pero sobre todo, meditaba sobre su vida oyéndole en cada respiración. Recordaba cada una de las palabras que él le había brindado. Supo entonces que nada sería ya igual.


Manu estuvo a su lado en todo momento, pero al transcurrir un año desde aquello y ver que no mejoraba; dejó un poco de lado el apoyo a su novia. Melisa no perdía la esperanza, pero los médicos daban un pronóstico nulo, su cerebro no despertaba, aunque él respiraba y la sangre corría por sus venas, el estado emocional no progresaba.


Debido a que los materiales eran caros, Melisa tuvo que compaginar su carrera con la vida laboral. Acababa muy cansada, pues, entre las clases y el agotador trabajo de la centralita y las constantes visitas a su padre, caía rendida en la cama.

A parte, una vez independizada, no podía dejar de trabajar , porque tenía que hacer frente a muchos gastos. Manu también comenzó a trabajar en esos tiempos. Desde que el padre de Melisa cayó en coma, la relación se había torcido un poco, discutían a menudo y en parte era por las constantes visitas de Melisa al hospital. Manu sentía celos.


Al principio eran  celos sanos, celos sin llegar a más, pero el paso del tiempo hizo que aquellos fueran parte de un problema que nunca lograrían solucionar. Melisa le adoraba, pero la pasión y el dolor que sentía por su padre era imposible de suplir. Nunca imaginó que aquello le supondría tanto.


Al llegar a casa, después de una jornada agotadora y de pasar por el hospital a las ocho como siempre, Melisa abría la puerta de su casa, esperando encontrar a Manu con la cena hecha, pero lo que encontró fue algo muy distinto.


Reprochando una acusada falta de atención, incriminándola por no amarle, la pegó.

La primera bofetada que le dio, profundizó más en su alma que en su mejilla. Manu no estaba ni borracho , ni drogado y la pegó con toda la rabia que tenía en su interior acumulada. No entendiendo nada, ella no pudo más que llorar, pero aquel llanto no calmaba su dolor, porque ella le quería , y no podía comprender su reacción.


Desde aquello, y por no poner fin a algo que así sin más, comenzaba, Melisa tuvo que vivir con un pesar más. Intentaba pintar, recrearse en sus dibujos, pero su alma estaba tan triste que en sus cuadros no se apreciaban colores. Todos eran oscuros y mates. El amor perdido de su padre y la turbia relación amor-odio que se suscitaba con Manu, habían hecho de la alegre Melisa, una persona cabizbaja y solitaria.


Por las noches, sacaba fuerzas , y soñaba , soñaba cosas bellas, volvía a su bonita niñez y disfrutaba. En los sueños nadie podía entrar, era su refugio, un espacio donde sólo ella podía transitar. Viajaba hasta el hospital y veía a su padre sentado, se miraban y a continuación escuchaba su voz. Eran sueños tan reales y gratos que al despertar Melisa sólo quería volver a dormirse.


No comentó nada a nadie sobre las bofetadas que Manu le había dado. Estaba convencida que eran pasajeras. Que simplemente su chico se había desahogado con ella, pero que sería puntual.


La vida de Manu no había sido tan perfecta como la de su chica. Era el tercero de cuatro hermanos, y se quedó sin padres a los siete años de edad. Al no ser el mayor ni el pequeño, había pasado desapercibido en su familia. Sus abuelos les adoptaron cuando sus padres murieron en un accidente. Aquellos cambios en su vida y la falta de cariño por parte de su entorno, habían creado en él un ser reservado. En cambio había salido adelante. Los ordenadores le apasionaban, podía pasarse horas y horas delante de una pantalla, sin percibir el paso del tiempo. Había aprendido mucho él solo, sin ayuda de nadie. Manu era inteligente. Cuando conoció a Melisa, sintió verdadero amor por ella, plasmó en su ser todos los cuidados y cariños que le faltaban. La pérdida de su madre a tan temprana edad hizo que lo buscara en Melisa. Pero tal era aquella falta, que creó un armazón en ella. Para él , Melisa le pertenecía. No aguantaba que nadie más se fijara en ella. Que pasara tiempo con su padre le podía, porque pensaba que perdían mucho tiempo que no podrían recuperar jamás. Su afecto y bienestar solo dependía de ella. En cuatro años de relación, se creó un ambiente de dependencia entre los dos difícil de sobrepasar.


En estos tiempos que corren , Melisa soportaba más de lo que cualquier otra persona hubiera aguantado. Manu la pegaba, si, pero luego la retomaba con sus alardeos y besos. Melisa pasaba mala época y le necesitaba más que nunca. No sabía decir basta, porque nunca más se había enamorado. Pensaba que nadie más la podría querer y solo había tenido como referencia el amor de su padre. Pero ya habían pasado 4 años desde aquella mala noticia, y su padre quedaría así de por vida según los médicos. A él, y sólo a él, le había confesado lo que estaba sufriendo en conversaciones donde solo ella y su cuerpo estaban. La primera vez que se lo confesó una lágrima recorrió su cara y empapó el brazo de su padre. En ese preciso momento él movió un dedo, como queriendo ayudar a su hija, abrazarla y protegerla, pero Melisa estaba tan afectada al contarle aquello que no se percató de dicho movimiento.


Aquella noche se retrasó su vuelta a casa, pues decidió pasear bajo la noche, empezaba a chispear y no tenía paraguas, pero la sensación de notar sobre su pelo y cara el agua de la lluvia, le relajaba. No podía dejar de llorar, lluvia y lágrimas se confundían en su rostro. Estaba realmente perdida. No controlaba sus sentimientos porque había llegado un punto en el cual perdía el timón de su vida. Las bofetadas y golpes que nunca había recibido , los estaba sintiendo a sus veintiséis años y no sabía como ponerles fin. Anduvo durante dos horas, sin rumbo fijo por la ciudad, sola, las luces de los coches al pasar la cegaban . Melisa presentía algo . El ruido de sus zapatos al andar emitían una melodía sonora y acompasada.


La ciudad soportaba fuertemente la lluvia de aquella noche. Los charcos se acumulaban en las aceras mal puestas. Solo el sonido de una ambulancia rompía el suave susurro del agua al caer. Otro amanecer alumbraba la ciudad. Y otro amanecer nos mostraba una víctima más. Sobre las ocho de la mañana, encontraron el cuerpo de Melisa apuñalado sobre el suelo de su domicilio. Manu colgaba del baño ahorcado y sobre su mano amarrado con una cuerda , colgaba una nota que decía:


“Si yo no te puedo tener, nadie lo hará”.


Esa misma mañana, después de cinco años comatoso, Fabián, el padre de Melisa, abrió los ojos.







Kela.-



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